martes, noviembre 24, 2015

Maria y la Nueva Ley en el Espíritu


¿Usted pensó que María Santísima es discípula privilegiada de la Nueva Ley?

María Santísima Siempre Virgen nació en la Ley Judaica y alcanzó perfección en la Nueva Ley en el Espíritu.
Gálatas 4, 3-5
3Así también nosotros, cuando éramos menores de edad, estábamos sometidos a los elementos del mundo.
4 Pero cuando se cumplió el tiempo establecido, Dios envió a su Hijo, nacido de una mujer y sujeto a la Ley,
5 para redimir a os que estaban sometidos a la Ley y hacernos hijos adoptivos.

 María representa al Pueblo Elegido que esperaba al Mesías.
La Virgen María está sujeta a la Ley de Moisés

 En el episodio de la presentación de Jesús en el templo, San Lucas (Lc 2,22-40) subraya el destino mesiánico de Jesús. Según el texto lucano, el objetivo inmediato del viaje de la Sagrada Familia de Belén a Jerusalén es el cumplimiento de la Ley: «Cuando se cumplieron los días de la purificación de ellos, según la Ley de Moisés, llevaron a Jesús a Jerusalén para presentarle al Señor, como está escrito en la Ley del Señor: "Todo varón primogénito será consagrado al Señor", y para ofrecer en sacrificio un par de tórtolas o dos pichones, conforme a lo que se dice en la Ley del Señor» (Lc 2,22-24).
 Con este gesto, María y José manifiestan su propósito de obedecer fielmente a la voluntad de Dios, rechazando toda forma de privilegio. Su peregrinación al templo de Jerusalén asume el significado de una consagración a Dios, en el lugar de su presencia.

 Mientras la Ley exigía sólo a la madre la purificación después del parto, Lucas habla de «los días de la purificación de ellos» (Lc 2,22), tal vez con la intención de indicar a la vez las prescripciones referentes a la madre y a su Hijo primogénito.
  La expresión «purificación» puede resultarnos sorprendente, pues se refiere a una Madre que, por gracia singular, había obtenido ser inmaculada desde el primer instante de su existencia, y a un Niño totalmente santo. Sin embargo, es preciso recordar que no se trataba de purificarse la conciencia de alguna mancha de pecado, sino solamente de recuperar la pureza ritual, la cual, de acuerdo con las ideas de aquel tiempo, quedaba afectada por el simple hecho del parto, sin que existiera ninguna clase de culpa.

 Libro del Profeta Joel: 'Sucederá después de esto que yo derramaré mi Espíritu en toda carne. Vuestros hijos y vuestras hijas profetizarán, vuestros ancianos soñarán sueños, y vuestros jóvenes verán visiones' 

'Mirad, yo voy a enviar sobre vosotros la promesa de mi Padre... permaneced en la ciudad hasta que seáis revestidos de poder desde lo alto' (Lc 24, 49).

 Al despedirse de los Apóstoles, Jesús les dice: 'seréis revestidos de poder desde lo alto' (Lc 24, 49). '... recibiréis la fuerza del Espíritu Santo que vendrá sobre vosotros, y seréis mis testigos en Jerusalén, en toda Judea y Samaria, y hasta los confines de la tierra' (Hech 1, 8).

 Jerusalén ha sido elegida por Cristo mismo (Cfr. Lc 9, 51; Lc 13, 33) como el lugar del cumplimiento de su misión mesiánica; lugar de su muerte y resurrección '(Destruid este Santuario y en tres días lo levantaré': Jn 2,19), lugar de la Redención. Con la pascua de Jerusalén, el 'tiempo de Cristo' se prolonga en el 'tiempo de la Iglesia': el momento decisivo será el día de Pentecostés. 'Así está escrito que el Cristo padeciera y resucitara de entre los muertos al tercer día y se predicara en su nombre la conversión para perdón de los pecados a todas las naciones, empezando desde Jerusalén' (Lc 24, 46-47). Este 'comienzo' acontecerá bajo la acción del Espíritu Santo que, en el inicio de la Iglesia, como Espíritu Creador 'Veni, Creator Spiritus', prolonga la obra llevada a cabo en el momento de la primera creación, cuando el Espíritu de Dios 'aleteaba por encima de las aguas' (Gen 1, 2)

CATESISMO DE LA IGLESIA CATOLICA

Totalmente unida a su Hijo...
964 El papel de María con relación a la Iglesia es inseparable de su unión con Cristo, deriva directamente de ella. "Esta unión de la Madre con el Hijo en la obra de la salvación se manifiesta desde el momento de la concepción virginal de Cristo hasta su muerte" (LG 57). Se manifiesta particularmente en la hora de su pasión:
«La Bienaventurada Virgen avanzó en la peregrinación de la fe y mantuvo fielmente la unión con su Hijo hasta la cruz. Allí, por voluntad de Dios, estuvo de pie, sufrió intensamente con su Hijo y se unió a su sacrificio con corazón de madre que, llena de amor, daba amorosamente su consentimiento a la inmolación de su Hijo como víctima que Ella había engendrado. Finalmente, Jesucristo, agonizando en la cruz, la dio como madre al discípulo con estas palabras: “Mujer, ahí tienes a tu hijo” (Jn 19, 26-27)» (LG 58).
965 Después de la Ascensión de su Hijo, María "estuvo presente en los comienzos de la Iglesia con sus oraciones" (LG 69). Reunida con los apóstoles y algunas mujeres, "María pedía con sus oraciones el don del Espíritu, que en la Anunciación la había cubierto con su sombra" (LG 59).
... también en su Asunción ...
966 "Finalmente, la Virgen Inmaculada, preservada inmune de toda mancha de pecado original, terminado el curso de su vida en la tierra, fue asunta en cuerpo y alma a la gloria del cielo y enaltecida por Dios como Reina del universo, para ser conformada más plenamente a su Hijo, Señor de los señores y vencedor del pecado y de la muerte" (LG 59; cf. Pío XII, Const. apo. Munificentissimus Deus, 1 noviembre 1950: DS 3903). La Asunción de la Santísima Virgen constituye una participación singular en la Resurrección de su Hijo y una anticipación de la resurrección de los demás cristianos:
«En el parto te conservaste Virgen, en tu tránsito no desamparaste al mundo, oh Madre de Dios. Alcanzaste la fuente de la Vida porque concebiste al Dios viviente, y con tu intercesión salvas de la muerte nuestras almas (Tropario en el día de la Dormición de la Bienaventurada Virgen María).
... ella es nuestra Madre en el orden de la gracia
967 Por su total adhesión a la voluntad del Padre, a la obra redentora de su Hijo, a toda moción del Espíritu Santo, la Virgen María es para la Iglesia el modelo de la fe y de la caridad. Por eso es "miembro supereminente y del todo singular de la Iglesia" (LG 53), incluso constituye "la figura" [typus] de la Iglesia (LG 63)

 Luego que Jesús asciende al Cielo, a la derecha del Padre, María Santísima vive en casa de Juan, apostol y evangelista primero en Jerusalén y luego en Efeso. La Virgen va al nuevo culto que hoy llamamos Eucaristia celebrado por los Apóstoles y discípulos

El padre capuchino llamado Miguel de Cosenza, en el Siglo XVII, llamó a María con el título “Nuestra Señora del Santísimo Sacramento”. Y dos siglos más tarde, San Julián Eymard, fundador de los Sacramentinos y apóstol de la eucaristía y de María, dejaba a sus hijos el título y la devoción a Nuestra Señora del Santísimo Sacramento.
¿Qué relación hay, pues, entre eucaristía y María Santísima? ¿Podemos en justicia llamar a María “Nuestra Señora del Santísimo Sacramento”?
  María fue el primer Sagrario en el que Cristo puso su morada, recibiendo de su madre la primera adoración como Hijo de Dios que asume la naturaleza humana para redimir al hombre. Imaginémonos cómo trató a Jesús en su seno, qué diálogos de amor con ese Dios al que alimentaba y al mismo tiempo del que Ella misma se alimentaba día y noche. Imaginémonos la delicadeza para con ese Hijo, cuando iba y venía, trabajaba o cocinaba, o iba a la fuente. Pondría su mano sobre el vientre y sentiría moverse a ese hijo suyo que era también, y sobre todo, Hijo de Dios.
  María durante esos nueve meses fue viviendo las virtudes teologales.
Vivía la fe. Creía profundamente que ese Hijo que crecía en sus entrañas era Dios Encarnado. Y ella le dio ese trozo de carne y su latido humano. Vivía la esperanza; esa esperanza en el Mesías prometido ya estaba por cumplirse y Ella era la portadora de esa esperanza hecha ya realidad. Vivía el amor; un amor hecho entrega a su Hijo. María entregaba su cuerpo a su Hijo y derramaba e infundía su sangre a su Hijo. Si no hay sangre derramada, el amor es incompleto. Sólo con sangre y sacrificio el amor se autentifica, se aquilata.
Cristo en la eucaristía es su Cuerpo que se entrega y es su Sangre que se derrama para alimento y salvación de todos los hombres. Pero, ¿quién dio a Jesús ese cuerpo humano y esa sangre humana? ¡María!
Por tanto, el mismo cuerpo que recibimos en la Comunión es la misma carne que le dio María para que Jesús se encarnara y se hiciese hombre. Gustemos, valoremos, disfrutemos en la Comunión no sólo el Cuerpo de Cristo sino ese cuerpo que María le dio. Por tanto, tiene todo el encanto, el sabor, la pureza del cuerpo de María. Pero bajo las apariencias del pan y vino. ¡Es la fe, nuestra fe, que ve más allá de ese pan!
María llevó toda su vida una vida eucaristizada, es decir, vivía en continua acción de gracias a Dios por haber sido elegida para ser la Madre de Dios, vivía intercediendo por nosotros, los hijos de Eva, que vivíamos en el exilio, esperando la venida del Mesías y la liberación verdadera. Y como dijo el papa en su encíclica sobre la eucaristía, María es mujer eucaristizada porque vivió la actitudes de toda eucaristía: es mujer de fe, es mujer sacrificada y su presencia reconforta. ¿No es la eucaristía misterio de fe, sacrificio y presencia?
Vivía en continuo sufrimiento, Getsemaní y Calvario. También Ella, como Jesús, fue triturada, como el grano de trigo y como la uva pisoteada, de donde brotará ese pan que se hará Cuerpo de Jesús que nos alimentará y ese mosto que será bebida de salvación.
La eucaristía que vivía María era misteriosa, espiritual, pero real. Su vida fue marcada por la entrega a su Hijo y a los hombres.
¿Por qué en algunos de las apariciones, María pide la comunión? Porque eucaristía y María están estrechamente unidas.
  • Por lo tanto, Cristo en la eucaristía es sacrificio, alimento, presencia, y María en la eucaristía experimenta:
  • El sacrificio de su Hijo una vez más, pues cada misa es vivir el Calvario, y María estuvo al pie del Calvario.
  • En la eucaristía María nos vuelve a dar a su Hijo para alimentarnos.
  • En la eucaristía, junto al Corazón de su Hijo, palpita el corazón de la Madre. Por tanto en cada misa experimentamos la presencia de Cristo y de María.
No es ciertamente la presencia de María en la eucaristía una presencia como la de Cristo, real, sustancial. Es más bien una presencia espiritual que sentimos en el alma. Es María quien nos ofrece el Cuerpo de su Hijo, pues en cada misa nace, muere y resucita su Hijo por la salvación de los hombres y la glorificación de su Padre.
Referencias

jueves, octubre 15, 2015

Usted puede y debe ser santo



 La salvación NO depende de algo externo.

Queridos hermanos y hermanas, su salvación depende de su amor a Jesús, sus obras de misericordia al projimo y su entrega a Dios. Usted recibe personas que le dicen "venimos a interpretar la Biblia", sepa que la Palabra de Dios ha sido interpretada por los Padres de la Iglesia Católica entre los siglos II y siglo VIII.

"Se viene el armagedon y los católicos van a morir"  dicen los testigos de Jehová y buscan asustar con ello y que usted diga ¿cómo puedo salvarme?

Filipenses 1, 21-24
21 Pues para mí, el vivir es Cristo y el morir es ganancia. 22 Pero si el vivir en la carne, esto significa para mí una labor fructífera, entonces, no sé cuál escoger 23 pues de ambos lados me siento apremiado, teniendo el deseo de partir y estar con Cristo, pues eso es mucho mejor; 24 y sin embargo, continuar en la carne es más necesario por causa de vosotros

Galatas 2, 20:
Con Cristo he sido crucificado, y ya no soy yo el que vive, sino que Cristo vive en mí; y la vida que ahora vivo en la carne, la vivo por fe en el Hijo de Dios, el cual me amó y se entregó a sí mismo por mí.

Si usted busca la salvación en Jesús la hallará:

Mateo 7, 7-8
7 Pedid, y se os dará; buscad, y hallaréis; llamad, y se os abrirá. 8 Porque todo el que pide, recibe; y el que busca, halla; y al que llama, se le abrirá.

 Jesús nos dice: “Sed santos como vuestro Padre celestial es santo” (Mateo 5,48).
“Sed santos, porque yo vuestro Dios soy santo” (Levitico 19,2; 20,26).

  Santa Teresa de Jesús nos habla de que hay que tener una "determinada determinación", una decisión seria de querer ser santos. Evidentemente, las personas que tienen una voluntad muy débil y que se quedan en bonitos deseos, pero no ponen de su parte y no se esfuerzan, nunca podrán llegar a ser santos, mientras no adquieran esa fuerza de voluntad que es necesaria para hacer grandes cosas.
Toda vocación, incluida la del matrimonio, es un compromiso de fidelidad, lo cual implica un riesgo, pero vale la pena arriesgarse como se arriesga el sembrador al echar la semilla o quien se va de viaje o quien comienza una empresa. El que no quiere correr riesgos y no se arriesga, nunca hará nada que valga la pena. Por eso, cada vez hay más hombres que no quieren casarse, y prefieren divertirse como solteros o, a lo sumo, convivir para poder después romper fácilmente el compromiso matrimonial.

Pareciera que hoy la mayor parte de la gente no quiere compromisos definitivos. Pero la vocación es una elección libre, responsable y definitiva, para toda la vida. Compromete toda la vida hasta sus últimas consecuencias. Es una entrega total. Por eso, hay que cultivar todos los días la fidelidad a la propia vocación, siendo fiel en los más pequeños detalles. Hay que evitar los permisivismos, que ofuscan la mente y el corazón, pues nos hacen huir del sacrificio y del esfuerzo, buscando el mínimo esfuerzo y haciendo siempre lo mínimo indispensable.

  Lamentablemente, hay muchos hogares, conventos y seminarios en los que se ofrecen toda clase de comodidades y se exige muy poco, y por este camino nunca se conseguirán verdaderas vocaciones. La auténtica vocación muere en un ambiente de mediocridad. Los medios términos y las medias tintas la dejan fuera de combate. La vocación debe cultivarse cada día en la renuncia a muchas cosas buenas, pero inconvenientes.

  La santidad no se improvisa, no se consigue de un día para otro. La santidad es un camino de subida hacia la altura y supone esfuerzo y trabajo personal. Es sólo para esforzados que tienen fuerza de voluntad y saben perseverar sin volver atrás. Quizás necesites toda la vida para prepararte y madurar lo suficiente, o quizás Dios te regale la santidad en el último momento como un don, en consideración a tantos años de oración, pidiéndole esta gracia. Dios tiene caminos distintos para cada uno.

Lo importante es no desanimarte nunca en este camino, que, a veces, está lleno de piedras y espinas. Tu camino es único y distinto al de todos los otros santos. Dios tiene para ti un plan único. Tú no eres una fotocopia de otros santos, sino una flor única en el jardín de Dios. Por eso, no dejes nunca tu oración personal por muy cansado que estés y, dado que la santidad es una conquista personal y un regalo de Dios, debes pedirla todos los días. Dile todos los días: “Señor, hazme santo”. Y pide a todos los que puedas que te ayuden con sus oraciones por “una intención especial”. Así podrás obtener muchas bendiciones, porque otros muchos te encomiendan en sus oraciones.

 La tradición de la Iglesia católica presente en el Via Crucis nos informan que Jesús cayó tres veces cuando iba de camino al Golgota, y se levantó también tres veces.

  El Papa Juan Pablo II, en la carta apostólica “Novo Millennio ineunte”, dice: “El ideal de perfección no ha de ser malentendido como si implicase una especie de vida extraordinaria, practicable sólo por algunos “genios” de la santidad. Los caminos de la santidad son múltiples y adecuados a la vocación de cada uno. Doy gracias al Señor que me ha concedido beatificar y canonizar durante estos años a tantos cristianos, y entre ellos a muchos laicos, que se han santificado en las circunstancias más ordinarias de la vida. Ahora es el momento de proponer de nuevo a todos con convicción este “alto grado” de la vida cristiana ordinaria”.

  SANTOS DIFERENTES
Si analizas la historia de la Iglesia, verás cómo ha habido santos de todos los colores, de todas las razas y en todos los tiempos y lugares. Ninguna profesión tiene la exclusiva de la santidad y ninguna esta excluida de ella. Hay santos para todos los gustos, desde niños pequeños a abuelitos, desde débiles doncellas a robustos soldados, desde reyes o Papas a agricultores analfabetos. Veamos algunos ejemplos:

REYES: San Luis Rey de Francia y San Fernando, rey de Castilla. Santa Isabel de Hungría o Santa Isabel de Portugal.

SOLDADOS: San Sebastián, el capitán romano que murió mártir, atravesado por varias flechas. Y tantos otros mártires de las legiones romanas en los primeros siglos de cristianismo.

PROFESORES: San Juan Bosco, Marcelino Champagnat y tantos santos y santas dedicados a la educación de la niñez y de la juventud.

POLÍTICOS: Santo Tomas Moro, nombrado el 3-10-2000, por el Papa Juan Pablo II como el patrono de los políticos. Él ocupó el cargo de canciller de Inglaterra y, por oponerse a la anulación del matrimonio del Rey Enrique VIII, fue decapitado en 1535.

MADRES DE FAMILIA: Santa Mónica, la madre de San Agustín. Santa Francisca Romana, que tuvo 3 hijos y ayudaba admirablemente a todos los necesitados. Santa Catalina de Génova, la santa del purgatorio, que consiguió convertir a su esposo con su vida sacrificada y santa; al igual que la Beata Ana María Taigi y miles y miles de madres santas, reconocidas por la Iglesia.

NIÑOS: San Pelayo y San Tarsicio, que fueron cruelmente asesinados por amor a Jesús. Y los beatos Jacinta y Francisco, videntes de Fátima.

SABIOS: San Jerónimo, San Agustín, Santo Tomás de Aquino y tantos otros doctores de la Iglesia.

ESCLAVOS: Santa Baquita, la joven africana, cinco veces vendida y cinco veces comprada como esclava. Se hizo religiosa y llegó a ser un ejemplo de santidad en el convento.

INDÍGENAS: San Juan Diego, el vidente de la Virgen de Guadalupe, y Katerina Tekakwitha (1659-1682), apache de USA, beatificada el 22 de junio de 1980.

MÉDICOS: San Cosme y San Damián, que por su caridad desinteresada, al final, terminaron siendo mártires de nuestra fe.

ZAPATEROS: San Crispín y San Crispiniano, dos mártires del siglo III

EMPLEADAS DE HOGAR: Santa Zita, que desde los 12 años sirvió como empleada en una familia distinguida hasta su muerte, o Angela Salawa, beatificada por el Papa Juan Pablo II el 13 de agosto de 1991.

PAPAS: Los beatos Pío IX y Juan XXIII, de feliz memoria, y otros muchos como San Pedro, San Lino, San Cleto... De los 264 Papas, que ha habido hasta ahora, la tercera parte han sido santos. Ninguna profesión tiene un récord tan alto. Y no olvidemos a los cientos de sacerdotes y religiosas, que sería demasiado largo enumerar.

ESPOSOS: San Isidro labrador y su esposa; Luigi y María Beltrame Quattochi (siglo XX) que, según dijo el Papa Juan Pablo II, vivieron una vida ordinaria de modo extraordinario y fueron beatificados el 21 de octubre del 2001. Tuvieron cuatro hijos, dos de ellos sacerdotes.

Incluso, hay familias enteras de santos como la familia de San Basilio y su esposa Emelia con todos sus hijos: Pedro de Sebaste, Gregorio Niseno, Macrina y el grande San Basilio Magno. (siglo IV)

Y también la familia del venerable Tescelín, su esposa la beata Alicia y sus hijos los beatos Guy, Gerardo, Humbelina, Andrés Bartolomé, Nivardo y el gran San Bernardo de Claraval. (siglo XII)

Todos han sido santos por el amor.

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viernes, octubre 02, 2015

Himno: CANTEMOS HOY A LOS ÁNGELES


Cantemos hoy a los ángeles,
custodios nuestros y hermanos,
que velan por los humanos
y van de su bien en pos.
Ven siempre la faz del Padre,
él los ampara benigno,
y luchan contra el maligno
en las batallas de Dios.

¡Oh espíritus inmortales!
Tenéis por reina a María,
sois su vital letanía,
su enamorada legión.
Por vuestro medio nos llegan
dones y gracias del cielo,
la fe, la luz, el consuelo,
la paz y la inspiración.

Terribles como un ejército
bien ordenado en batalla,
vuestra asistencia no falla
contra la insidia infernal.
Silentes guardas y amigos,
de nuestra noche luceros,
seréis nuestros compañeros
en la patria celestial.

La gloria a Dios que ha creado
ejército tan prolijo:
que adore sumiso al Hijo,
su rey y su plenitud,
y que al Espíritu Santo,
terrenos y celestiales,
le rindan universales
tributos de gratitud. Amén.

miércoles, septiembre 02, 2015

Juan Pablo II: La conversión, consecuencia del encuentro con Cristo



Intervención del Papa durante la audiencia general de este miércoles
30 de agosto de 2000 |


CIUDAD DEL VATICANO, 30 agosto - «La metánoia», palabra griega que significa conversión, es el movimiento interior que surge en toda persona que se encuentra con Cristo. Este fue el tema que trató Juan Pablo II en su audiencia general de este miércoles.

Ofrecemos a continuación el texto íntegro de la intervención del Santo Padre.

1. Canta el salmista: «De mi vida errante llevas tú la cuenta» (Salmo 56, 9). En esta frase breve y esencial se resume la historia del hombre que vaga en el desierto de la soledad, del mal, de la aridez. Con el pecado, ha roto la admirable armonía de la creación establecida por Dios en los orígenes: «Vio Dios cuanto había hecho, y todo estaba muy bien». Y, sin embargo, Dios nunca está lejos de su creatura, es más, permanece siempre presente en su intimidad, según la bella intuición de san Agustín: «¿Dónde estabas tú cuando estabas lejos de mí? Yo vagaba lejos de ti (...). Tú, sin embargo, estabas dentro de mí, en lo más profundo de mí mismo, y en lo más alto de lo más elevado de mí» (Confesiones 3, 6, 11).

Pero ya el salmista había trazado  en un himno estupendo la vana fuga del hombre de su Creador: «¿A dónde iré yo lejos de tu espíritu, a dónde de tu rostro podré huir? Si hasta los cielos subo, allí estás tú, si en el seol me acuesto, allí te encuentras. Si tomo las alas de la aurora, si voy a parar a lo último del mar, también allí tu mano me conduce, tu diestra me aprehende. Aunque diga: «¡Me cubra al menos la tiniebla, y la noche sea en torno a mí un ceñidor, ni la misma tiniebla es tenebrosa para ti, y la noche es luminosa como el día».

Dios sale al encuentro
2. Dios busca con particular insistencia y amor al hijo rebelde que huye lejos de su mirada. Dios se ha puesto en camino por las sendas tortuosas de los pecadores a través de su Hijo, Jesucristo, que precisamente al irrumpir en el escenario de la historia se presentó como «el Cordero de Dios que quita los pecados del mundo» (Juan 1, 29). Las primeras palabras que pronuncia en público son éstas: «Convertíos, porque el reino de los cielos está cerca» (Mateo 4, 17). Aparece así un término importante que Jesús ilustrará repetidamente tanto con sus palabras como con sus actos: «Convertíos», en griego «metanoéite», es decir, emprended una «metánoia», un cambio radical de la mente y del corazón. Es necesario dejar a las espaldas el mal y entrar en el reino de justicia, de amor y de verdad, que está comenzando.

La trilogía de las parábolas de la misericordia divina recogidas por Lucas en el capítulo 15 de su Evangelio constituye la representación más incisiva de la búsqueda activa y de la espera amorosa de Dios a su criatura pecadora. Al realizar la «metánoia», la conversión, el hombre vuelve, como el hijo pródigo, a abrazar al Padre, que nunca lo ha olvidado ni abandonado.

El abrazo
3. San Ambrosio, comentando esta parábola del padre pródigo de amor hacia su hijo pródigo de pecado, introduce la presencia de la Trinidad: «Levántate, ven corriendo a la Iglesia: aquí está el Padre, aquí está el Hijo, aquí está el Espíritu Santo. Te sale al encuentro, pues te escucha mientras estás reflexionando dentro de ti, en el secreto del corazón. Y, cuando todavía estás lejos, te ve y se pone a correr. Ve en tu corazón, corre para que nadie te detenga, y por su fuera poco, te abraza... Se echa a tu cuello para levantarte a ti, que yacías en el suelo, y para hacer que, quien estaba oprimido por el peso de los pecados y postrado por lo terreno, vuelva a dirigir su mirada al cielo, donde debía buscar al propio Creador. Cristo se echa al cuello, pues quiere quitarte de la nuca el yugo de la esclavitud e ponerte en el cuello su dulce yugo» (In Lucam VII, 229-230).

Jesús cambia una vida
4. El encuentro con Cristo cambia la existencia de una persona, como enseña el caso de Zaqueo, que hemos escuchado al comenzar. Así sucedió también a los pecadores y pecadoras que cruzaron sus caminos con Jesús. En la cruz, tiene lugar un extremo acto de perdón y de esperanza, ofrecido al malhechor, que cumple con su propia «metánoia» cuando llega a la frontera última entre la vida y la muerte y dice a su compañero: «A nosotros se nos hace justicia por lo que hemos hecho» (Lucas 23, 41). Y cuando implora: «Acuérdate de mi cuando estés en tu reino», Jesús responde: «En verdad te digo, hoy estarás  conmigo en el paraíso» (cf. Lucas 23, 42-43). De este modo, la misión terrena de Cristo, comenzada con la invitación a convertirse para entrar en el reino de Dios, se concluye con una conversión y la entrada de una persona en su reino.

El mensaje de los apóstoles
5. La misión de los apóstoles también comenzó con una invitación apremiante a la conversión. Los que escuchaban su primer discurso, conmovidos en lo más profundo de su corazón, preguntaban con ansia: «¿Qué es lo que tenemos que hacer?». Pedro respondió: «Convertíos y que cada uno de vosotros se haga bautizar en el nombre de Jesucristo, para remisión de vuestros pecados; y recibiréis el don del Espíritu Santo» (Hechos 2, 37-38). Esta respuesta de Pedro fue acogida inmediatamente: «unas tres mil almas» se convirtieron aquel día (cf. Hechos, 2, 41). Después de la curación milagrosa de un cojo, Pedro renovó su exhortación. Recordó a los habitantes de Jerusalén su horrendo pecado: «Vosotros renegasteis del Santo y del Justo (...), y matasteis al Jefe que lleva a la Vida» (Hechos, 3, 14-15). Sin embargo, atenuó su culpabilidad diciendo: «Ya sé yo, hermanos, que obrasteis por ignorancia» (Hechos 3, 17); después, los invitó a convertirse (cf. 3,19) y a cada uno le dio una esperanza inmensa: «Para vosotros en primer lugar ha resucitado Dios a su Siervo y le ha enviado para bendeciros, apartándoos a cada uno de vuestras iniquidades» (3,26).

Una puerta de esperanza
Del mismo modo, el apóstol Pablo predicaba la conversión. Lo dice en su discurso al rey Agripa, describiendo así su apostolado: a todos, « he predicado que se convirtieran y que se volvieran a Dios haciendo obras dignas de conversión» (Hechos 26, 20; cf. 1 Ts 1,9-10). Pablo enseñaba que la «bondad de Dios te impulsa a la conversión». Inspirada por el amor (cf. Apocalipsis 3,19), la exhortación es vigorosa y manifiesta la urgencia de la conversión (cf. Apocalipsis 2,5.16.21-22; 3,3.19), pero es acompañada por promesas maravillosas de intimidad con el Salvador (cf. 3,20-21).

Por tanto, a todos los pecadores siempre se les abre una puerta de esperanza. «El hombre no se queda solo para intentar, de mil modos a menudo frustrados, una imposible ascensión al cielo: hay un tabernáculo de gloria, que es la persona santísima de Jesús el Señor, donde lo humano y lo divino se encuentran en un abrazo que nunca podrá deshacerse: el Verbo se hizo carne, en todo semejante a nosotros, excepto en el pecado. Él derrama la divinidad en el corazón enfermo de la humanidad e, infundiéndole el Espíritu del Padre, la hace capaz de llegar a ser Dios por la gracia» («Orientale lumen», n.15).
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Traducción realizada por Zenit.