sábado, mayo 31, 2014

Del Ritual griego - Oración contra el maléfico



Kýrie eléison: Dios nuestro, oh Soberano de los siglos, omnipotente y todopoderoso, Tú que has hecho todo y que todo lo transformaste con tu sola voluntad; Tú que en Babilonia has transformado en rocío la llama del horno siete veces más ardiente y has salvado a tus tres niños santos; Tú que eres el médico de nuestras almas; te pedimos y te invocamos; inutiliza, echa y pon en fuga a cada potencia diabólica, a cada presencia y maquinación satánica, y a cada influencia maligna y a cada maléfico o mal de ojo de personas maléficas y malvadas que obran en tu siervo (N.N.) y haz que, en lugar de la envidia y del maléfico, obtenga abundancia de bienes, fuerza, éxito y caridad. Tú, Señor que amas a los hombres, extiende tus manos poderosas y tus brazos altísimos y potentes y ven a socorrer y visitar ésta imagen tuya, mandando sobre ella al Ángel de la paz, fuerte y protector del alma y del cuerpo, que mantendrá alejada y echará a cualquier fuerza malvada, a todo envenenamiento y hechicería de personas corruptas y envidiosas; de manera que, bajo tu amparo, tu suplicante protegido te cante con gratitud:
“El Señor es mi socorro y no temeré lo que pueda hacerme el hombre”; más aún: ”No tendré temor del mal porque Tú estás conmigo, Tú eres mi Dios, mi fuerza, mi Señor poderoso, Señor de la paz, Padre de los siglos futuros”.
Sí, Señor Dios nuestro, ten compasión de tu imagen y salva a tu siervo (N.N.) de todo daño o amenaza procedente de maleficio, y protégelo poniéndolo por encima de todo mal; por la intercesión de la más que bendita, gloriosa Señora, la Madre de Dios y siempre Virgen María, de los resplandecientes Arcángeles y de todos tus santos. Amén.

jueves, mayo 15, 2014

Pentecostés

Inicio de la Iglesia de Cristo, fiesta que se celebra 50 días después de la Resurrección del Señor.


Origen de la fiesta

Los judíos celebraban una fiesta para dar gracias por las cosechas, 50 días después de la pascua. De ahí viene el nombre de Pentecostés. Luego, el sentido de la celebración cambió por el dar gracias por la Ley entregada a Moisés.

En esta fiesta recordaban el día en que Moisés subió al Monte Sinaí y recibió las tablas de la Ley y le enseñó al pueblo de Israel lo que Dios quería de ellos. Celebraban así, la alianza del Antiguo Testamento que el pueblo estableció con Dios: ellos se comprometieron a vivir según sus mandamientos y Dios se comprometió a estar con ellos siempre.
En el marco de esta fiesta judía es donde surge nuestra fiesta cristiana de Pentecostés.


La Promesa del Espíritu Santo

Durante la Última Cena, Jesús les promete a sus apóstoles: “Mi Padre dará otro Abogado, que estará con ustedes para siempre: el espíritu de Verdad” (San Juan 14, 16-17).

Más adelante les dice: “Les he dicho estas cosas mientras estoy con ustedes; pero el Abogado, El Espíritu Santo, que el Padre enviará en mi nombre, ése les enseñará todo y traerá a la memoria todo lo que yo les he dicho.” (San Juan 14, 25-26).

Al terminar la cena, les vuelve a hacer la misma promesa: “Les conviene que yo me vaya, pues al irme vendrá el Abogado,... muchas cosas tengo todavía que decirles, pero no se las diré ahora. Cuando venga Aquél, el Espíritu de Verdad, os guiará hasta la verdad completa,... y os comunicará las cosas que están por venir” (San Juan 16, 7-14).


En el calendario del Año Litúrgico, después de la fiesta de la Ascensión, a los cincuenta días de la Resurrección de Jesús, celebramos la fiesta de Pentecostés.

Explicación de la fiesta:

Después de la Ascensión de Jesús, se encontraban reunidos los apóstoles con María, la madre de Jesús. Era el día de la fiesta de Pentecostés. Tenían miedo de salir a predicar. Repentinamente, se escuchó un fuerte viento y pequeñas lenguas de fuego se posaron sobre cada uno de ellos.
Quedaron llenos del Espíritu Santo y empezaron a hablar en lenguas desconocidas.
En esos días, había muchos extranjeros y visitantes en Jerusalén, que venían de todas partes del mundo a celebrar la fiesta de Pentecostés judía. Cada uno oía hablar a los apóstoles en su propio idioma y entendían a la perfección lo que ellos hablaban.
Todos ellos, desde ese día, ya no tuvieron miedo y salieron a predicar a todo el mundo las enseñanzas de Jesús. El Espíritu Santo les dio fuerzas para la gran misión que tenían que cumplir: Llevar la palabra de Jesús a todas las naciones, y bautizar a todos los hombres en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.
Es este día cuando comenzó a existir la Iglesia como tal.


¿Quién es el Espíritu Santo?

El Espíritu Santo es Dios, es la Tercera Persona de la Santísima Trinidad. La Iglesia nos enseña que el Espíritu Santo es el amor que existe entre el Padre y el Hijo. Este amor es tan grande y tan perfecto que forma una tercera persona. El Espíritu Santo llena nuestras almas en el Bautismo y después, de manera perfecta, en la Confirmación. Con el amor divino de Dios dentro de nosotros, somos capaces de amar a Dios y al prójimo. El Espíritu Santo nos ayuda a cumplir nuestro compromiso de vida con Jesús.

Señales del Espíritu Santo:

El viento, el fuego, la paloma.

Estos símbolos nos revelan los poderes que el Espíritu Santo nos da:
El viento es una fuerza invisible pero real. Así es el Espíritu Santo.
El fuego es un elemento que limpia.
El Espíritu Santo es una fuerza invisible y poderosa que habita en nosotros y nos purifica de nuestro egoísmo para dejar paso al amor.

Nombres del Espíritu Santo.

El Espíritu Santo ha recibido varios nombres a lo largo del nuevo Testamento: el Espíritu de verdad, el Abogado, el Paráclito, el Consolador, el Santificador.

Misión del Espíritu Santo:
·  El Espíritu Santo es santificador: Para que el Espíritu Santo logre cumplir con su función, necesitamos entregarnos totalmente a Él y dejarnos conducir dócilmente por sus inspiraciones para que pueda perfeccionarnos y crecer todos los días en la santidad.
·  El Espíritu Santo mora en nosotros: En San Juan 14, 16, encontramos la siguiente frase: “Yo rogaré al Padre y les dará otro abogado que estará con ustedes para siempre”. También, en I Corintios 3. 16 dice: “¿No saben que son templo de Dios y que el Espíritu Santo habita en ustedes?”. Es por esta razón que debemos respetar nuestro cuerpo y nuestra alma. Está en nosotros para obrar porque es “dador de vida” y es el amor.
·  El Espíritu Santo ora en nosotros: Necesitamos de un gran silencio interior y de una profunda pobreza espiritual para pedir que ore en nosotros el Espíritu Santo. Dejar que Dios ore en nosotros siendo dóciles al Espíritu. “Dios interviene para bien de los que le aman”.
·  El Espíritu Santo nos lleva a la verdad plena, nos fortalece para que podamos ser testigos del Señor, nos muestra la maravillosa riqueza del mensaje cristiano, nos llena de amor, de paz, de gozo, de fe y de creciente esperanza.

El Espíritu Santo y la Iglesia:

Desde la fundación de la Iglesia el día de Pentecostés, el Espíritu Santo es quien la construye, anima y santifica, le da vida y unidad y la enriquece con sus dones.
El Espíritu Santo sigue trabajando en la Iglesia de muchas maneras distintas, inspirando, motivando e impulsando a los cristianos, en forma individual o como Iglesia entera, al proclamar la Buena Nueva de Jesús.

Por ejemplo, inspira al Papa a dar la Exhortación Apostólica: “Evangelii Gaudium”
El Espíritu Santo asiste especialmente al representante de Cristo en la Tierra, el Papa, para que guíe rectamente a la Iglesia y cumpla su labor de pastor del rebaño de Jesucristo.
El Espíritu Santo construye, santifica y da vida y unidad a la Iglesia.

El Espíritu Santo tiene el poder de animarnos y santificarnos y lograr en nosotros actos que, por nosotros, no realizaríamos.

viernes, mayo 02, 2014

La Eucaristía nos da y nos genera (esquema conceptual)


        Vida sobrenatural que es principio de la gracia.
        Vida incorruptible.
        Gloria del Hijo de Dios en el hijo adoptivo.
        Aliento de vida, como en Adán.
        Comunicación del Amor Divino.
        Amor revelado y revelador.
        Amor que sobrepuja al conocimiento.
        Comunión con la Santísima Trinidad.
        Inhabitación del Espíritu Santo.

Con la Eucaristía:

        Participamos de la “conmixtión”: simboliza la unidad del sacrificio celestial y terrenal de Cristo Uno.
        Nos unimos a las palabras consecratorias perceptibles a los sentidos y la transubstanciación que es percibida por la fe.
        Somos consagrados junto al pan y el vino. Somos Hombres Espirituales.
        Somos el Cuerpo Místico de Cristo unidos a Cristo Cabeza.
        Nos aunamos a Su Voluntad = Entrega y Amor.
        “Somos Cristóforos, después de comer y beber te haces cuerpo y sangre con Él, participamos de Su Divina Naturaleza” San Cirilo de Jerusalén.
        Participamos y recibimos la garantía de la Vida Divina Eterna. Alegría y gozo.
        Obtenemos fuerza de esa Vida Divina.

        Nos preparamos para recibir la Visión Beatifica.