jueves, junio 26, 2014

Los modos de oración y la evolución en la vida de oración.

           ¿Quién no ha tenido problemas con seguir una vida de oración? Todos nos hemos trabado en algún momento. ¿Te han guiado en la oración? Nuestros padres no han sabido hacerlo, algunas oraciones preestablecidas aprendidas de niño y nada más.

           Te propongo un recorrido que tendrás que leerlo, sino no lo recorrerás.

           La vida de oración crece en proporción a la dócil unión con Dios que tengamos y contribuye al crecimiento de ésta unión. La vida espiritual es una realidad eminentemente personal, por lo que personal es también su itinerario. Tenemos una sed grande de Dios, en el encuentro con El en la oración, bebemos rios de agua viva. Cada fiel responde al don de Dios según su estilo individual. Dios puede elegir caminos distintos para la oración de cada cual, y nosotros, en libertad, podemos responder en diversos modos.
El primer escalón en la vida de oración es la oración vocal .
1. La oración vocal
El Catecismo de la Iglesia Católica enseña que la oración vocal es la primera expresión principal de la vida de oración, y además, un elemento indispensable de la vida cristiana, añadiendo a continuación:
«A los discípulos, atraídos por la oración silenciosa de su Maestro, Él les enseña una oración vocal: el “Padre Nuestro”. Jesús no solamente ha rezado las oraciones litúrgicas de la sinagoga; los Evangelios nos lo presentan elevando la voz para expresar su oración personal, desde la bendición exultante del Padre (cf Mt 11, 25-26) hasta la agonía de Getsemaní (cf Mc 14, 36)»
Por oración vocal se entiende una oración que se expresa por medio de palabras proferidas exteriormente, bien sirviéndose de una forma preestablecida, bien improvisando estas palabras. La necesidad de orar vocalmente es explicada así por el Catecismo de la Iglesia Católica:
«Esta necesidad de asociar los sentidos a la oración interior responde a una exigencia de nuestra naturaleza humana. Somos cuerpo y espíritu y experimentamos la necesidad de traducir exteriormente nuestros sentimientos. Es necesario rezar con todo nuestro ser para dar a nuestra súplica todo el poder posible»
En la oración vocal debemos dirigirnos a Dios de manera simple y confiada, porque a esta oración se refiere la advertencia del Señor: «Al orar no empleéis muchas palabras como los gentiles, que piensan que por su locuacidad van a ser escuchados. Así pues, no seáis como ellos, porque bien sabe vuestro Padre de qué tenéis necesidad antes de que se lo pidáis» (Mt 6, 7-8). Debemos, por lo tanto, limitarnos a lo esencial, a manifestar con sencillez nuestra fe, nuestra esperanza, nuestra caridad, nuestro arrepentimiento, etc. 
Ejemplos de oraciones vocales. Algunas oraciones vocales provienen directamente de Dios y se encuentran en la Revelación. Los Salmos, por ejemplo, han sido inspirados por el Espíritu Santo para ser una escuela de oración. Lo mismo se puede afirmar de las grandes oraciones contenidas en los Evangelios: la salutación angélica que se recoge en la primera parte del Ave María, el Magnificat (Lc 1, 46-55), el Benedictus (Lc 1, 68-79), el Nunc dimittis (Lc 2, 29-32). En las cartas de San Pablo se pueden encontrar muchas oraciones que resultan muy útiles para nuestra vida.
A otro nivel, aunque en íntima conexión con la oración bíblica, se encuentran las oraciones que la Iglesia ha incluido en su liturgia. Muchas de ellas provienen de la Iglesia primitiva, como el Gloria de la Santa Misa, o el himno Veni Creator de la Solemnidad de Pentecostés, y es muy recomendable usarlas también en nuestra oración individual.
A quién se dirige la oración vocal. Se pueden distinguir las oraciones según a quien se dirigen: a la Trinidad, a Cristo, a María, a los santos y a los ángeles. De todas maneras, en el fondo, todas se dirigen a Dios, porque también cuando se dirigen a María, a los santos y a los ángeles, es para pedir su intercesión ante Dios.
  2. La oración mental
A lo largo de la historia de la espiritualidad han habido algunos intentos de tipificar el progreso espiritual en base a distintos grados del desarrollo de la vida de oración. Uno de ellos es el Guido II el Cartujo († 1188), quien «ha redactado el primer tratado sobre la oración mental, si es que se puede llamar así un opúsculo de quince páginas, compuesto hacia el 1145, la Scala Claustralium». En éste se habla de cuatro grados de la vida de oración: Lectio, meditatio, oratio y contemplatio:

«Un día, durante el trabajo manual, mientras yo pensaba en los ejercicios del hombre espiritual, he aquí que percibí repentinamente cuatro grados: la lectio, la meditatio, la oratio y la contemplatio (...). La lectio es la aplicación del espíritu a las Sagradas Escrituras. La meditatio es la investigación cuidadosa de una verdad escondida, con la ayuda de la razón. La oratio es la devota aplicación del corazón hacia Dios para ahuyentar el mal y obtener el bien. La contemplatio es la elevación a Dios del alma que es arrebatada por el paladeo de los goces eternos (...). La inefable dulzura de la vida bienaventurada, la lectio la busca, la meditatio la encuentra, la oratio la pide, la contemplatio la saborea. Es la  palabra misma del Señor: “Buscad y hallaréis; llamad y se os abrirá” (Mt 7, 7). Buscad leyendo y encontraréis meditando; llamad rogando y entraréis contemplando. La lectio lleva el alimento a la boca, la meditatio lo mastica y lo macera, la oratio le saca el sabor y la contemplatio es este sabor mismo, que da gozo y rehace».
Aunque el itinerario de la vida de oración no se puede tipificar en una manera rígida, como veremos más adelante, sin embargo usaremos parte de este esquema de Guido II el Cartujo como una guía para explicar las diversas formas que adopta la oración cristiana, además de la vocal, que acabamos de estudiar.
A. La lectio divina
La lectio divina debe considerarse como una iniciación a la oración mental. En ella, «la Palabra de Dios es leída y meditada para convertirse en oración». Es difícil encontrar en nuestro lenguaje un término que describa exactamente el contenido de la expresión lectio divina, tan usada en la literatura patrística. Ciertamente, no basta hablar de «lectura»: este término indica generalmente algo superficial y demasiado poco comprometido. No parece mejor la palabra «estudio» sólo porque indica una actividad más comprometida: el estudio se coloca en el plano despegado de la investigación, mientras que la lectio se desenvuelve en un clima de oración. Un estudioso, normalmente, se esfuerza por prescindir de sus emociones personales; en cambio, el hombre espiritual se acerca a la Biblia como los santos: con la boca y el corazón abiertos. Parece muy adecuada la concisa definición de Leclercq: «La lectio divina es una lectura orante». Bouyer ha intentado una descripción más detallada: «Es una lectura personal de la Palabra de Dios, durante la cual uno se esfuerza por asimilar la sustancia; una lectura en la fe, con espíritu de oración, creyendo en la presencia actual de Dios, que nos habla en el texto sagrado».
B. La meditación
La palabra «meditación» proviene de los términos latinos «meditari-meditatio»: ejercicio o esfuerzo intelectual. Por lo tanto, la meditación cristiana es el ejercicio práctico, el aprendizaje, el esfuerzo por asimilar e interiorizar la Palabra de Dios.
La meditación de la Palabra de Dios ha sido llamada por algunos Padres de la Iglesia «ruminatio, masticatio». Por ejemplo, San Agustín decía en una predicación: «Comes pan corporal por un tiempo, y lo dejas; aquel pan de la palabra lo comes durante el día y la noche. Cuando oyes o lees, comes; cuando piensas en ella, rumias (quando inde cogitas, ruminas)(…). Quien traga para que en él no aparezca lo que devoró, olvidó lo que oyó. Quien no se olvidó, piensa, y pensando rumia, y rumiando se deleita 
La meditación es una oración reflexiva o discursiva, que busca superar la diversidad y la dispersión de las distintas actividades espirituales para concentrarse en algunas de ellas, simples y profundas. El Catecismo de la Iglesia Católica enseña que la meditación «es, sobre todo, una búsqueda. El espíritu trata de comprender el porqué y el cómo de la vida cristiana para adherirse y responder a lo que el Señor pide. Hace falta una atención difícil de encauzar»
Esta oración está particularmente vinculada a la verdad, porque busca comprender mejor las verdades de la Revelación divina. Su objeto propio es lo que proviene de la Palabra de Dios que nos interpela. En consecuencia, el contenido de la meditación debe provenir esencialmente de la Sagrada Escritura, y, sobre todo, de la persona y la vida de Cristo. Sus palabras: «Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida» (Jn 14, 6) expresan perfectamente cuál debe ser el objeto de la meditación: el camino que nos ha sido revelado, que va del Padre a nosotros y de nosotros al Padre; la vida de la que participamos en Cristo. Precisamente por esto, el libro de meditación por excelencia es la Sagrada Escritura. 
La profundización en las verdades divinas mediante la meditación no es un mero ejercicio intelectual. En ese caso la meditación sería equivalente a la reflexión teológica. En cambio, en la meditación es toda la persona, con todas sus potencias, y sus sentimientos, su corazón, la que busca establecer con Cristo una relación de amistad, hasta obtener la unión con Él. De este modo, el pensamiento se transforma en oración: «La meditación hace intervenir al pensamiento, la imaginación, la emoción y el deseo. Esta movilización es necesaria para profundizar en las convicciones de fe, suscitar la conversión del corazón y fortalecer la voluntad de seguir a Cristo (…). Esta forma de reflexión orante es de gran valor, pero la oración cristiana debe ir más lejos: hacia el conocimiento del amor del Señor Jesús, a la unión con Él» Catesismo de la Iglesia Católica 2708.
La meditación no es una forma de estudio, sino una de las expresiones principales de la vida de oración y, en consecuencia, busca, no tanto el conocer los hechos y su mutua conexión, cuanto asimilar e interiorizar las verdades divinas que solamente pueden ser comunicadas en la Revelación y, por lo tanto, asumidas por nosotros a la luz de la fe. El fin de la meditación es el de hacernos pasar de la fe, como aceptación de la Revelación en cuanto principio y fundamento de nuestra existencia, a la «vida de fe», a la apropiación personal de la fe, es decir, al hecho que el contenido de la fe se convierta también en el contenido de nuestra vida concreta: «Meditar lo que se lee conduce a apropiárselo confrontándolo consigo mismo. Aquí, se abre otro libro: el de la vida. Se pasa de los pensamientos a la realidad. Según sean la humildad y la fe, se descubren los movimientos que agitan el corazón y se les puede discernir. Se trata de hacer la verdad para llegar a la Luz: “Señor, ¿qué quieres que haga?”» Catesismo de la Iglesia Católica 2706.

3. La oración contemplativa
No resulta fácil hablar de la oración contemplativa, porque se trata de una experiencia muy profunda y personal. Para su estudio seguiremos las enseñanzas del Catecismo de la Iglesia Católica sobre ella, que comienzan así:
«La oración contemplativa es la expresión más sencilla del misterio de la oración. Es un don, una gracia; no puede ser acogida más que en la humildad y en la pobreza. La oración contemplativa es una relación de alianza establecida por Dios en el fondo de nuestro ser (cf Jr 31, 33)»Catesismo de la Iglesia Católica 2713.
A. La contemplación es un don de Dios
Antes que nada, hay que decir que la contemplación se inserta en un tipo de conocimiento denominado por los filósofos «conocimiento por connaturalidad», como es, por ejemplo, la amistad, que no se trata de un conocimiento discursivo, meramente abstracto, sino de un conocimiento de tipo intuitivo, en el que hay una influencia dominante de la dimensión afectiva de la persona, por lo que es también denominado «conocimiento afectivo». En este conocimiento, pues, el amor juega un papel determinante: «En efecto, el amor constituye el medio de conocimiento y lo transforma: lleva a mirar al amigo con los ojos del corazón, porque es amado»[Card. P. P. Philippe, La vita di preghiera. Saggio di teologia spirituale, p. 225.].
La connaturalidad es una tendencia afectiva derivada de la propia naturaleza de los seres, ya que toda realidad creada tiende instintivamente hacia el propio fin, que reviste para ella el carácter de bien (los animales tienden instintivamente hacia lo que permite su supervivencia: volar, nidificar, nadar, cazar, mimetizarse, etc). En el ámbito de la moralidad humana se produce algo semejante, porque toda persona virtuosa tiende como por instinto hacia la virtud. De este modo, quien posee sólidamente una virtud determinada, se siente atraído instintivamente hacia el «justo medio» en el que reside el acto de esta virtud. En efecto, esta persona conoce dónde está este «justo medio», no en base a un razonamiento explícito y fatigoso, sino por una especie de instinto espontáneo, por una tendencia connatural de su capacidad afectiva, porque busca y ama dicha virtud.
No se puede negar que el conocimiento por connaturalidad es un verdadero conocimiento, porque es un hecho de experiencia. Un ejemplo muy común es el conocimiento que una madre tiene de sus hijos: puede adivinar y conocer verdaderamente sus sentimientos más profundos mejor que cualquier psicólogo, por medio de un juicio intuitivo, fruto de la connaturalidad existente entre dos seres a los que une una profunda afinidad afectiva.
El conocimiento por connaturalidad se puede explicar en base a la profunda unidad de la persona humana, en cuanto que sus facultades espirituales están enraizadas en un solo principio vital y operativo: el alma. En la vida real y concreta, la afectividad orienta nuestros conocimientos en el sentido de nuestros amores.
Este tipo de conocimiento alcanza su nivel más profundo en el ámbito de la vida espiritual, en el conocimiento contemplativo de Dios. En efecto, el fiel ha sido connaturalizado con Dios por medio de la gracia, que hace al alma deiforme, divinizándola por participación. La caridad, por su parte, proporciona la unión afectiva que requiere el conocimiento por connaturalidad.
En la oración contemplativa, la fe proporciona el objeto, porque establece formalmente el contacto con la Verdad primera, sin que ello implique la visión directa e inmediata de Dios. Por así decir, la fe ofrece la materia de la contemplación: Dios y las realidades divinas. La caridad concurre, no estableciendo el contacto formal con el objeto, sino como disposición próxima que aplica el objeto al sujeto; en efecto, por medio de la caridad el objeto de la fe aparece ante el sujeto como Bien presente. Así pues, la caridad concurre en la contemplación de manera dispositiva, pero necesaria, ya que es indispensable que la fe sea informada por la caridad. Por consiguiente, en la producción de la contemplación actúan siempre conjuntamente la fe y la caridad, según la modalidad propia de cada una: la fe presenta el contenido de la Revelación, mientras que la caridad modifica la estructura del objeto presentado por la fe, impregnándolo de afecto, para alcanzar el Bien supremo que atrae poderosamente hacia sí toda la capacidad de amar de la persona humana. Dicho de otro modo, con la ayuda de la caridad, el objeto de la contemplación trasciende la fórmula dogmática, hasta llegar a alcanzar la realidad misma que se esconde bajo ésta, una realidad viva: Dios y los misterios divinos.
Sin embargo, todo ello no basta para que se dé la oración contemplativa, porque es necesaria también la intervención de los dones del Espíritu Santo, que actúan ofreciendo el modo sobrehumano de producirse la contemplación. La fe da la materia de la contemplación, los dones le dan la forma. Sin embargo, la forma no puede existir sin la materia, por lo que los dones dependen de la fe, que está siempre presente durante la actuación de éstos en la contemplación. De este modo, la oración contemplativa procede de la fe viva como su principio radical, y de los dones del Espíritu Santo como su principio próximo. Veamos ahora de qué manera concurre cada uno de los dones del Espíritu Santo en la oración contemplativa:
a) El don de entendimiento da la formalidad del conocimiento contemplativo: el objeto contemplado se hace presente en razón de objeto conocido.
b) El don de ciencia se relaciona con el objeto secundario de la contemplación: las cosas creadas, que al ser contempladas pueden elevar al cristiano hasta el objeto primario de la contemplación: Dios.
c) El don de sabiduría hace que la contemplación sea una sapientia, una sapida scientia o ciencia sabrosa, es decir, una experiencia donde Dios y las realidades divinas son conocidas, no de modo abstracto o discursivo, sino de modo afectivo o intuitivo, o sea, saboreadas o paladeadas, lo cual produce en el contemplativo una certeza subjetiva, experiencial, y por tanto inefable.
De acuerdo con las explicaciones anteriores, podríamos decir que el conocimiento contemplativo de Dios, que se adquiere en la oración contemplativa, es un simple juicio intuitivo acerca de Dios y de las realidades divinas, procedente de la fe vivificada por la caridad e ilustrada mediante los dones de entendimiento, ciencia y sabiduría.
Pienso que es éste el sentido preciso de la enseñanza del Catecismo de la Iglesia Católica, cuando afirma que la oración contemplativa es un don de Dios.
B. La contemplación es una mirada silenciosa de fe y de amor
El Catecismo de la Iglesia Católica enseña que la contemplación es una mirada de fe:
«La oración contemplativa es mirada de fe, fijada en Jesús. Yo le miro y él me mira, decía en tiempos de su santo cura, un campesino de Ars que oraba ante el Sagrario. Esta atención a Él es renuncia a mí. Su mirada purifica el corazón. La luz de la mirada de Jesús ilumina los ojos de nuestro corazón; nos enseña a ver todo a la luz de su verdad y de su compasión por todos los hombres»[ Catecismo de la Iglesia Católica, n. 2715.].
En la oración contemplativa estamos ante el ser amado y lo miramos; en esta oración no hay un discurso, sino una mirada silenciosa: se está en silencio en la presencia de Dios, porque su presencia lo dice todo, como enseña además el Catecismo de la Iglesia Católica:
«La oración contemplativa es silencio (…) o “amor silencioso” (S. Juan de la Cruz). Las palabras en la oración contemplativa no son discursos, sino ramillas que alimentan el fuego del amor. En este silencio, insoportable para el hombre “exterior”, el Padre nos da a conocer a su Verbo encarnado, sufriente, muerto y resucitado, y el Espíritu filial nos hace partícipes de la oración de Jesús»[Catecismo de la Iglesia Católica, n. 2717].
La contemplación es silencio o, todo lo más, en ella las palabras son breves y escasas, como las palabras y las miradas de dos enamorados, en las que se expresa la realidad de estar juntos, presentes el uno para la otra. Las palabras llevan al conocimiento y al amor, pero cuando el conocimiento y el amor son muy profundos, las palabras ya no resultan útiles.

El término «contemplar» encierra, pues, tres significados: a) Se trata de mirar, pero de un mirar con atención, con interés, que involucra la dimensión afectiva de la persona; b) dicho interés procede del valor o calidad que posee la realidad contemplada; c) finalmente, este mirar comporta un presencia, una inmediatez de dicha realidad.
Del significado original provienen algunos sentidos derivados del término, verificables en la cultura actual, como son los siguientes:
1) Contemplación estética o artística, donde se contempla una realidad por su valor estético o artístico, por ejemplo, una bella puesta de sol o una obra maestra de arte.
2) Contemplación filosófica o intelectual, en la que el objeto que se contempla es la verdad. 
3) Contemplación religiosa o sobrenatural, donde se contempla a Dios. En la oración contemplativa, el creyente está frente a Dios y percibe las realidades divinas en la cumbre de su vida de oración. Por ello, en este contexto, hablar de contemplación quiere decir hablar de todo el vivir cristiano, ya que se trata de la experiencia de Dios a la que se llega cuando se alcanza un desarrollo notable de la vida espiritual.
Por otra parte, la oración contemplativa no es sólo una mirada de fe, sino también de amor, como muestra San Francisco de Sales en esta definición de contemplación: «La contemplación es una amorosa, simple y permanente atención del espíritu a las cosas divinas»[S. Francisco de Sales Tratado del amor de Dios, 6, 3, en Obras Selectas de San Francisco de Sales, 2, «B.A.C., 127», Madrid 1954, p. 236]. En la oración contemplativa, de hecho, actúan al unísono la fe y el amor, para producir un acto único y simplísimo, como enseña el «Doctor místico»:
«La contemplación es ciencia de amor, la cual es noticia infusa de Dios amorosa, que juntamente va ilustrando y enamorando el alma, hasta subirla de grado en grado hasta Dios, su Criador, porque sólo el amor es el que une y junta al alma con Dios»[S. Juan de la Cruz, Noche oscura, lib. 2, 18, 5 (Obras, p. 527)].
El Catecismo de la Iglesia Católica enseña que la oración contemplativa es consecuencia del amor que el Espíritu Santo infunde en el corazón:
«La oración contemplativa es la oración del hijo de Dios, del pecador perdonado que consiente en acoger el amor con el que es amado y que quiere responder a él amando más todavía (cf Lc 7, 36-50; 19, 1-10). Pero sabe que su amor, a su vez, es el que el Espíritu derrama en su corazón, porque todo es gracia por parte de Dios. La oración contemplativa es la entrega humilde y pobre a la voluntad amorosa del Padre, en unión cada vez más profunda con su Hijo amado»[Catecismo de la Iglesia Católica, n. 2712.].
El origen de la oración contemplativa es siempre la iniciativa de Dios, que nos hace un nuevo regalo de su amor, y a este don el alma debe corresponder libremente. Pero es posible rechazar tal don. Sin la correspondencia de la persona nunca se llega a la contemplación. Nuestra libertad es importantísima en la oración contemplativa. Mientras en el amor humano los dos enamorados están en el mismo plano e intercambian su amor en modo totalmente recíproco, entre Dios y el hombre, Dios es la fuente y el hombre responde al don que recibe en virtud del Espíritu mismo que le es donado.
C. La contemplación es escucha
La oración contemplativa es también escucha:
«La contemplación es escucha de la palabra de Dios. Lejos de ser pasiva, esta escucha es la obediencia de la fe, acogida incondicional del siervo y adhesión amorosa del hijo. Participa en el “sí” del Hijo hecho siervo y en el “fiat” de su humilde esclava»[Catecismo de la Iglesia Católica, n. 2716.].
El Catecismo de la Iglesia Católica usa el término escucha para señalar el carácter infuso de la oración contemplativa. En épocas anteriores, muchos autores espirituales decían que la contemplación infusa es también «pasiva», pero pienso que el Catecismo de la Iglesia Católica no ha querido emplear dicho término, para evitar quizá el peligro de confundir pasividad con inactividad, como el caso del error de los quietistas. Sin embargo, se puede comprender de manera correcta la existencia de una pasividad no inactiva en la oración contemplativa, porque en ésta, bajo apariencia de inactividad, el alma está realmente activa ya que no puede existir una actividad mayor del espíritu que el amor.
San Juan de la Cruz enseña que en el creyente, la acogida del don de la contemplación comporta una actitud pasiva: «Dios en este estado es el agente y el alma es la paciente; porque ella sólo se ha sólo como el que recibe y como en quien se hace, y Dios como el que da y como el que en ella hace, dándole los bienes espirituales en la contemplación, que es noticia y amor divino junto, esto es, noticia amorosa, sin que el alma use de sus actos y discursos naturales, porque que ahora no puede dedicarse como en el pasado»[S. Juan de la Cruz, Llama viva de amor viva B, Canción 3, 32 (Obras, p. 824).].
El «Doctor místico» denomina este comportamiento advertencia amorosa: «El alma también se ha de andar sólo con advertencia amorosa a Dios, sin especificar actos, habiéndose, como hemos dicho, pasivamente, sin hacer de suyo diligencias, con la advertencia amorosa simple y sencilla, como quien abre los ojos con advertencia de amor»[S. Juan de la Cruz, Llama viva de amor viva B, Canción 3, 33 (Obras, p. 824-825).].
Pero tal actitud no es mera inactividad, sino, «actividad pasiva» o «pasividad activa», que facilita la aceptación del don de la contemplación. 
En definitiva, en la oración contemplativa se verifica una pasividad humana por el hecho de ser una recepción activa del don divino de la contemplación. Esta pasividad no significa ausencia de las operaciones del alma, sino que la iniciativa es de Dios y que nuestro asentimiento es fundamental para acoger tal don. Por ello, en la oración contemplativa, la pasividad es la forma bajo la que la actividad divina penetra en el alma involucrándola en sí, llevando la actividad más íntima del alma a su más puro y elevado ejercicio, señalado por el Catecismo de la Iglesia Católica, en el último número citado, como «acogida incondicional del siervo y adhesión amorosa del hijo».
D. La contemplación es unión profunda con la Santísima Trinidad
El Catecismo de la Iglesia Católica enseña:
«La oración contemplativa (…) es comunión: en ella, la Santísima Trinidad conforma al hombre, imagen de Dios, “a su semejanza”»[Catecismo de la Iglesia Católica, n. 2713].
Esta comunión se obtiene por medio de una unión cada vez más profunda con el Hijo:
«La contemplación es la entrega humilde y pobre a la voluntad amorosa del Padre, en unión cada vez más profunda con su Hijo amado»[Catecismo de la Iglesia Católica, n. 2712].
En la oración contemplativa se refuerza la presencia de Cristo en los corazones de los cristianos:
«La contemplación es también el tiempo fuerte por excelencia de la oración. En ella, el Padre nos concede “que seamos vigorosamente fortalecidos por la acción de su Espíritu en el hombre interior, que Cristo habite por la fe en nuestros corazones y que quedemos arraigados y cimentados en el amor” (Ef 3, 16-17)»[Catecismo de la Iglesia Católica, n. 2714].
Vemos, por tanto, que en la oración contemplativa se alcanza una profunda unión con Cristo –y en Cristo, con la Santísima Trinidad– que en el lenguaje de la Teología Espiritual es llamada «unión mística». De ella habla también el Catecismo de la Iglesia Católica:
«El progreso espiritual tiende a la unión cada vez más íntima con Cristo. Esta unión se llama “mística”, porque participa del misterio de Cristo mediante los sacramentos –“los santos misterios”– y, en Él, en el misterio de la Santísima Trinidad. Dios nos llama a todos a esta unión íntima con Él, aunque las gracias especiales o los signos extraordinarios de esta vida mística sean concedidos solamente a algunos para manifestar así el don gratuito hecho a todos»[Catecismo de la Iglesia Católica, n. 2014].
Como se puede observar, el Catecismo de la Iglesia Católica enseña que todos los cristianos son llamados a esta unión, mientras que las gracias especiales y dones extraordinarios son sólo para algunos. Pero la presencia de estas gracias y dones no significa una santidad mayor respecto a la de los que no los han recibido, sino más bien tienen el objetivo de manifestar visiblemente en algunos el don de unión hecho a todos. No se  puede confundir la unión mística, a la que se llega en el vértice de la vida de oración, con los fenómenos místicos extraordinarios que Dios concede sólo a algunos.
El término «místico» proviene de «misterio», en el triple aspecto de oscuro, profundo y rico. La contemplación encierra en sí, tanto un rasgo de oscuridad como de enriquecimiento en el conocimiento de Cristo. En ella se da la paradoja mística de comprender sin comprender. Cuanto más se penetra en el misterio de Dios, más lo conocemos y más nos vemos ciegos, como cuando al mirar directamente al sol, nuestros ojos se ciegan. Dios está siempre más allá de nosotros. Esta paradoja no se verifica en la oración vocal ni en la meditación. En cambio, en la oración contemplativa, es Cristo quien nos hace partícipes en su misterio:
«La contemplación es unión con la oración de Cristo en la medida en que ella nos hace participar en su misterio. El misterio de Cristo es celebrado por la Iglesia en la Eucaristía; y el Espíritu Santo lo hace vivir en la contemplación para que sea manifestado por medio de la caridad en acto»[Catecismo de la Iglesia Católica, n. 2718].
La contemplación es un don infundido por Dios que requiere empeño espiritual y momentos de prueba. Pero por ella se llega a la alegría de la unión mística con Cristo y la Santísima Trinidad, que, como ya sabemos, es para todos los cristianos. La unión mística es el objetivo y la cumbre de la vida de oración en todos los posibles itinerarios de ésta. La unión mística es ser poseídos por el Amor divino. Se trata de la experiencia viva de las palabras de Jesús: «El que acepta mis mandamientos y los guarda, ése es el que me ama. Y el que me ama será amado por mi Padre, y yo le amaré y yo mismo me manifestaré a él» (Jn 14, 21). Este pasaje del Evangelio ha sido comentado por muchos místicos y maestros espirituales: por ejemplo, por Santa Teresa de Jesús en las Moradas del Castillo interior (séptima morada), por San Juan de la Cruz en la última estrofa del Cántico espiritual, por San Josemaría Escrivá de Balaguer en su homilía Hacia la santidad, y también por Juan Pablo II, en el siguiente texto: «La gran tradición mística de la Iglesia, tanto en Oriente como en Occidente (…), muestra cómo la oración puede progresar, como un verdadero y propio diálogo de amor, hasta que la persona humana llega a ser totalmente poseída por el Amado divino, vibrante al toque del Espíritu, filialmente abandonada en el corazón del Padre. Se hace entonces la experiencia viva de la promesa de Cristo: “El que me ama será amado por mi Padre, y yo le amaré y yo mismo me manifestaré a él” (Jn 14, 21) (…). Sí, muy queridos Hermanos y Hermanas, nuestras comunidades cristianas deben llegar a ser auténticas “escuelas” de oración, donde el encuentro con Cristo no se exprese sólo en peticiones de ayuda, sino también en acciones de gracias, alabanza, adoración, contemplación, escucha, ardor de afectos, hasta llegar a un verdadero “enamoramiento” del corazón (…). Se equivocaría quien pensara que los cristianos se pueden conformar con una oración superficial, incapaz de llenar su vida. Especialmente ante las numerosas pruebas que el mundo de hoy pone a la fe, ellos serían no sólo cristianos mediocres, sino “cristianos en riesgo”. Correrían, de hecho, el insidioso riesgo de ver progresivamente debilitada su fe, y quizás terminarían por ceder a la fascinación de “sucedáneos”, acogiendo propuestas religiosas alternativas y cediendo incluso a las formas extravagantes de la superstición»[Juan Pablo II, Cart. ap. Novo millennio inneunte, 6-I-2001, nn. 33-34.].


lunes, junio 16, 2014

Experiencias con Dios en catequesis 07/06/2014 y 14/06/2014

En visperas de Pentecostés hice una experiencia con los alumnos de catequesis.
Primero les expliqué que yo no poseo poderes ni soy diferente a los demás. El exito de la experiencia estaba en manos de Dios.
Nosotros nos paramos en ronda con las palmas de las manos hacia arriba , los ojos cerrados y comenzamos a llamar al Espíritu Santo como hacen los católicos carismaticos. Permanecimos así durante 15 minutos.
Hubo una efusión y todos quedamos llenos del Espíritu Santo.
Luego le dimos gracias a Dios por manifestarse y posteriormente cada uno contó su experiencia.
   Una niña que sufre asma sintió que algo la protegía, otra niña sintió calor...
   Yo sentí un viento fuerte que venía de arriba (de lo alto)

Analisis: Desde que el Hijo de Dios ascendió a los Cielos, Dios Padre y Dios Hijo nos envian a Dios Espíritu Santo (Jn 15, 26).

El sábado pasado propusé otra experiencia diferente, esta vez basada en las experiencias de Santa Teresa de Avila en "Las moradas".
Nuevamente les explique que yo soy igual a cualquiera y que si Dios se manifestaba era por su misericordia y por su voluntad.
Esta vez estabamos sentados con las palmas de las manos hacia arriba, los ojos cerrados y respirando profundo inflando y vaciando el torax. Permanecimos así durante 20 minutos. Pedimos a Dios que se manifieste, a la Santísima Trinidad, Dios Padre, Dios Hijo, Dios Espíritu Santo.
Luego le dimos gracias a Dios por manifestarse y posteriormente cada uno contó su experiencia.
  Todos sentimos un calor suave en el pecho y algunos vieron colores.

Analisis: Todos los que fuimos bautizados en el Nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo somos habitados por la Santísima Trinidad y le debemos reconocer y tener presente siempre.

miércoles, junio 04, 2014

Papa Francisco: Tengamos fe que con sus llagas Jesús pide a Dios que nos perdone



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El Francisco Francisco / Foto: ACI Prensa
El Francisco Francisco / Foto: ACI Prensa

VATICANO, 03 Jun. 14 / 09:54 am (ACI/EWTN Noticias).-
 Durante la Misa matutina celebrada en la Casa Santa Marta, el Papa Francisco alentó a los fieles a tener fe de que Cristo es el abogado de la Iglesia que reza y muestra las llagas de su crucifixión a Dios, para que la perdone y la ayude, pues ellas fueron el precio que pagó por nuestros pecados.

 “Hay una cosa que Jesús hace hoy: estoy seguro que lo hace. Él le hace ver al Padre sus llagas y Jesús, con sus llagas, reza por nosotros, como si dijera al Padre: ‘Pero, Padre, éste es el precio de éstos, ¿eh? Ayúdalos, protégelos. Son tus hijos que yo he salvado, con esto’”, expresó el Santo Padre.

 Francisco recordó que cuando Pablo se fue a Mileto todos están tristes, tal como le sucedió a los discípulos cuando Jesús pronunció sus palabras de despedida antes de “ir al Getsemaní y dar comienzo a la Pasión”.

“Hay una pequeña frase de despedida de Jesús que nos hace pensar”, señaló el Papa. Jesús “habla con el Padre y le dice: ‘Yo rezo por ellos’. Jesús reza por nosotros”. Así como hizo por Pedro y por Lázaro ante su tumba, Jesús dice “todos ustedes son del Padre. Y yo rezo por ustedes ante el Padre”. Jesús no reza por el mundo, “reza por nosotros”, “reza por su Iglesia”, aseguró el Papa.

En ese sentido, recordó que el apóstol Juan alienta a no pecar, “pero si alguno de ustedes peca, sepan que tenemos un abogado ante el Padre, uno que reza por nosotros, nos defiende ante el Padre, nos justifica”.

Según informó Radio Vaticana, Francisco invitó a los fieles a “pensar mucho en esta verdad, en esta realidad: en este momento, Jesús está orando por mí. Yo puedo ir adelante en la vida porque tengo un abogado que me defiende y si yo soy culpable y tengo tantos pecados ¡eh!, hay un buen abogado defensor, éste, y hablará al Padre de mí”.

Asimismo, indicó, Cristo es el primer abogado que envía después al Paráclito. Cuando “tenemos alguna necesidad, algún problema” debemos pedir a Jesús que rece por nosotros. “Y hoy –preguntó– ¿cómo reza Jesús? Yo creo que no habla demasiado con el Padre”.

“No habla: ama. Pero hay una cosa que Jesús hace hoy: estoy seguro que lo hace. Él le hace ver al Padre sus llagas y Jesús, con sus llagas, reza por nosotros, como si dijera al Padre: ‘Pero, Padre, éste es el precio de éstos, ¿eh? Ayúdalos, protégelos. Son tus hijos que yo he salvado, con esto’”, expresó el Papa.

Durante su homilía, Francisco indicó que Jesús, “después de la resurrección, ha querido este cuerpo glorioso, bellísimo”, donde no estaban los moretones ni las heridas de la flagelación, “pero estaban las llagas. Las cinco llagas. ¿Por qué Jesús ha querido llevarlas al cielo? ¿Por qué? Para rezar por nosotros. Para hacer ver al Padre el precio: ‘Éste es el precio, ahora no los dejes solos. Ayúdalos’”.

Nosotros debemos tener esta fe – añadió el Santo Padre –, de “creer que Jesús, en este momento, intercede ante el Padre por nosotros, por cada uno de nosotros”. Y cuando nosotros rezamos, no debemos olvidarnos de pedir a Jesús que rece por nosotros, invitó.

“Jesús, reza por mí. Le hace ver al Padre tus llagas que son también las mías, son las llagas de mi pecado. Son las llagas de mi problema en este momento. Jesús intercesor, sólo hace ver al Padre sus llagas. Y esto sucede hoy, en este momento. Tomemos la palabra que Jesús dijo a Pedro: ‘Pedro, yo rezaré por ti para que tu fe no decaiga’”, aseguró el Papa.

En ese sentido, invitó a estar seguros de que “Él está haciendo esto por cada uno de nosotros. Debemos tener confianza “en esta oración de Jesús con sus llagas ante el Padre”.


martes, junio 03, 2014

Lecturas para Meditación y Contemplación



“Tú me escrutas, Señor, y me conoces;
sabes cuando me siento y me levanto,
mi pensamiento percibes desde lejos;
de camino o acostado, tú lo adviertes,
familiares te son todas mis sendas”. Salmo 139, 1-3

“mis huesos no se te ocultaban,
cuando era formado en lo secreto,
tejido en las honduras de la tierra”. Salmo 139, 15

“Porque tú has formado mi cuerpo,
me has tejido en el vientre de mi madre;
te doy gracias por tantas maravillas:
prodigio soy, prodigios tus obras”. Salmo 139, 13-14

“Creó, pues, Dios al ser humano a imagen suya, a imagen de Dios lo creó, macho y hembra los creó”. Gn 1, 27

Él creó, de un solo principio, todo el linaje humano, para que habitase sobre toda la faz de la tierra fijando los tiempos determinados y los límites del lugar donde habían de habitar, con el fin de que buscasen la divinidad, para ver si a tientas la buscaban y la hallaban; por más que no se encuentra lejos de cada uno de nosotros, pues en Él vivimos, nos movemos y existimos, como han dicho algunos de ustedes: ‘Porque somos también de su linaje’”. Hch 17, 26-28

“Antes de haberte formado Yo en el vientre, te conocía; antes que nacieras te había consagrado profeta. Yo te tenía destinado a las naciones" Jer. 1, 4-5
               
“Bien conozco los designios que abrigo sobre ustedes, Son de paz, no de desgracia; de daros un porvenir cuajado de esperanza”. Jer. 29, 11           

“…de lejos Señor se me apareció. Con amor eterno te he amado por eso te he reservado mi favor”. Jer. 31, 3      
“Pactaré con ellos una alianza eterna –que no revocaré después de ellos- les procuraré el bien y haré que me respeten de corazón”.  Jer. 32, 40-41              
               
“Llámame y te responderé; te mostraré cosas grandes, inaccesibles, que desconocías”. Jer. 33, 3

“A Él, por quienes somos herederos, elegidos de antemano según el previo designio del que realiza todo conforme a la decisión de su voluntad, para ser nosotros alabanza de su gloria, los que ya antes esperábamos en Cristo”  Ef 1, 11-12
           
“Por eso doblo mis rodillas ante el Padre, de quien toma nombre toda familia en el cielo y en la tierra”. Ef 3, 14-15. “A Aquel que tiene poder para realizar todas las cosas incomparablemente mejor de lo que podemos pedir o pensar, confirme al poder que actúa en nosotros”. Ef 3, 20

“En ti busco apoyo desde el vientre,
eres mi fuerza desde el seno materno.
¡A ti dirijo siempre mi alabanza!”. Sal 71, 6
               
“Confía en el Señor y obra bien
vive en la tierra y practica la lealtad,
disfruta pensando en el Señor
y te dará lo que pida tu corazón”. Sal 37, 4
“Cuando gritan, el Señor los oye y los libra de sus angustias”. Sal 34, 18

“Si Dios fuera vuestro Padre, me amaríais a mí, porque yo he salido y vengo de Dios; no he venido por mi cuenta, sino que Él me ha enviado”. Jn 8, 41-44.
“Yo les he dado la gloria que Tú me diste, para que sean uno como nosotros somos uno; yo en ellos y Tú en mí, para que sean perfectamente uno, y el mundo conozca que Tú me has enviado y que los has amado a ellos como me has amado a Mí”. Jn 17, 22-23.

“Y nosotros hemos conocido y hemos creído en el amor que Dios nos tiene. Dios es Amor: y el que permanece en el amor permanece en Dios y Dios en él”. 1Jn 4, 16. 10. 

“Mirad qué amor nos ha tenido el Padre para llamarnos hijos de Dios, pues ¡lo somos! Por eso el mundo no nos conoce porque no le reconoció a Él”.1Jn 3, 1
           
“Todo el que niega al Hijo no posee al Padre. Todo el que confiesa al Hijo posee también al Padre” 1Jn 2, 23.

“Si, pues, ustedes, siendo malos, sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos, ¡Cuánto más vuestro Padre que está en los cielos dará cosas buenas a los que se las pidan!” Mt 7, 11

“Ustedes, pues, sean perfectos como es perfecto vuestro Padre celestial”. Mt 5, 48
“… ya sabe vuestro Padre celestial que tienes necesidad de todo eso. Buscad el Reino de Dios y su justicia y todas esas cosas se darán por añadidura”. Mt 6, 31-33

“… toda dadiva y todo don perfecto viene de lo alto, desciende del Padre de las luces, en quien no hay cambio ni fase de sombra”. Santiago 1, 17

“El Señor, tu Dios está en medio de ti, ¡un poderoso salvador! Exulta de gozo por ti, te renueva con su amor; danza por ti con gritos de júbilo, como en los días de fiesta”. Sofonías 3, 17-18ª

“Ahora, pues, si de veras me obedeces y guardas mi alianza, serás mi propiedad personal entre todos los pueblos, porque mía es toda la tierra” Ex. 19, 5
“Buscarás al Señor tu Dios y lo encontrarás si lo buscas con todo tu corazón y con toda tu alma” Deut. 4, 29

“Trabajad con sumo cuidado por vuestra salvación, pues es Dios quien, con su benevolencia, realiza en vosotros el ser y el obrar”. Filipenses 2, 13

“Que el mismo Señor nuestro Jesucristo  y Dios, nuestro Padre, que nos ha amado y que nos ha dado gratuitamente una consolación eterna y una esperanza dichosa, consuele vuestros corazones y los afiance en toda obra y palabra buena”. 2 Tes 2, 16-17

“¡Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, Padre misericordioso y Dios de toda consolación, que nos consuela en toda tribulación nuestra para poder nosotros consolar a los que están en toda tribulación, mediante el consuelo con que nosotros somos consolados por Dios!”. 2 Co 1, 3-4

“Y todo proviene de Dios, que nos reconcilió consigo por Cristo y nos confió el ministerio de la reconciliación. Porque en Cristo estaba Dios reconciliando al mundo consigo, no tomando en cuenta las trasgresiones de los hombres, sino poniendo en nosotros la palabra de la reconciliación”. 2Co 5, 18-19

“Y una fuerte voz que decía desde el trono: Esta es la morada de Dios con los hombres. Pondrá su morada entre ellos y ellos serán su pueblo y Él, ‘Dios con ellos’, será su Dios”. Ap. 21, 3-4

“Si Dios está por nosotros, ¿quién contra nosotros? El que no perdonó ni a su propio Hijo, antes bien le entregó por todos nosotros, ¿cómo no nos dará con Él graciosamente todas las cosas? Rm 8, 31-32.

Estoy seguro de que ni la muerte ni la vida ni los ángeles ni los principados ni lo presente ni lo futuro ni las potestades, ni la altura ni la profundidad ni otra creatura alguna podrá separarnos del amor de Dios manifestado en Cristo Jesús Señor nuestro”. Rm 8, 38.39.